Caían gotas en la ciudad. No hacia frió. Era una de esas lluvias en las que te mojas un poco pero sonreís. La city en gris tiene su encanto y mas si uno sabe por donde ir. Que calles agarrar, en que esquina doblar. Uno va esquivando charcos y maniobrando entre baldosas de distinto calibre. Entonces con un piloto y un puñado de canciones salís a enfrentar la lluvia. El viento amaga a dar vueltas el paraguas cuando por fin llegas a la placita. "La pequeña Francia". "Acá me siento en París". "Parece sacada de un libro de Cortázar". Muchos hablan de esas cuadras. Todos alguna vez fumaron ahí o se tomaron un vino. O besaron por primera vez a alguien.
Es un lugar donde a conciencia quedamos inconscientes. Un lugar con olor a humedad, donde la única música que hay es el silencio. En el banco que esta en frente de esa pared llena de pintadas, seguramente, se sentaron. A lo mejor venían hablando de algún libro o de cuando tenían 5 años y jugaban a aguantar la respiración hasta volverse violeta. Entonces pasa. Un dedo busca acercarse a una mano o a un brazo o un cuello. Intenta romper las leguas de distancia que hay entre una boca y la otra. Imagina ese calor. Puede sentirlo. Puede descubrir un sabor y una textura. Frutillas.
Y sucede. Una fuerza de atracción o un viento frágil hace caer una boca en la otra. Se encuentran. Se unen. Y se funden, se enredan. Y sólo la plaza los ve. Un beso francés. Ahí en Francia. Al lado de la Aduana pero en Francia al fin.