miércoles, septiembre 1

noche III


Afuera llueve. Los días así me dan ganas de llamarte. Y decirte que vengas a casa a dormir un rato conmigo. Compartir un momento con vos, un instante. Perdernos los dos en la música que nuestros cuerpos fabrican y perderme en tu boca. Y en tus piernas. En tus manos también. Tomar algún vino o dos o tres. A lo mejor me cantas. O tocas un rato la guitarra. Y yo te miro desde la cama o desde el piso. Nos gusta el piso. Observo como los músculos de tu brazo se tensionan (eso me calienta y mucho). No quiero que se me escape ningún detalle. Tu respiración pausada, tu pelo tan oscuro, ese perfume que usas.
Pero no vas a venir. No te voy a llamar. Y me voy a quedar con esas ganas de verte. Esas ganas que se apoderan de cada centímetro de mi cabeza y quieren traerte acá, a mi cama. Y mataría porque vengas. Toques el timbre y me digas un puñado de palabras lindas. Aunque después se las lleve el viento o algo. No necesito que sean verdad, sólo quiero escucharlas. Quiero escuchar que salga de tu boca alguna de esas frases hechas que siempre critico pero que en el fondo me desarman.
Y sigue lloviendo. Y yo ya no se que hacer. Perdí la cuenta de cuanto tomé. Puedo saber que fue bastante porque no puedo dejar de pensarte. Y de acordarme de la otra. Un perfecto triángulo eramos. Y yo, como siempre, la otra pero la primera.
Y me cago en la puta manera que tengo de ser. Y me acuerdo de Cecilia Roth en Martin Hache. "Moderna y pragmática, o sea una pelotuda". Bueno, me sale así. Y a vos la pelotuda te viene bien. Porque no necesita muchas explicaciones, se divierte. No tiene vergüenza. Se pone en 4.
Ya no se que hacer. Y no vas a venir. Y no para de llover. Me voy a acostar. Sola. O no. Siempre hay algún que otro amigo por ahí.